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Una ética deprimente |
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| El programa del primer dÃa de la reunión anual de la Asociación Americana de Economistas (AEA) contiene un debate sobre el papel que debe jugar la ética entre los economistas. A diferencia de los sociólogos, los antropólogos, los estadÃsticos y los polÃticos, los economistas no están obligados a suscribir ningún código de ética profesional. A pesar de esto, cerca de 300 economistas acaban de firmar una carta urgiendo a la AEA a adoptar algún tipo de código de ética que permita dirimir cualquier conflicto de interés que surja cuando estos profesionales opinen sobre temas que afecten a las industrias o compañÃas con las que tengan vÃnculos financieros. Los conflictos de interés son muy comunes en muchas profesiones, pero lo son aún más entre los economistas, pues estos se dedican a analizar asuntos que afectan a industrias particulares. Este es el motivo por el que algunas compañÃas les piden a ciertos economistas que se sienten en sus consejos administrativos o que se desempeñen como asesores. De igual modo, es muy común que el gobierno les pida que se involucren en las polÃticas públicas.
Estas oportunidades de trabajo les permiten a los economistas entender mejor lo que está ocurriendo en las diversas industrias; sin embargo, resulta pertinente que estos profesionales revelen sus filiaciones comerciales. Para los crÃticos de la profesión, no es coincidencia que muchos de los economistas financieros, comprometidos como asesores de firmas de Wall Street, se opusieran a regular el sector financiero. Es posible que, tras sus investigaciones, algunos de estos economistas hayan llegado honestamente a la conclusión de que es mejor desregular el sector financiero. Pero para el público es difÃcil de creer que los sueldos que reciben estos profesionales no tengan mayores repercusiones en los enfoques que adoptan y promueven. De hecho, la teorÃa económica moderna sostiene que los incentivos influyen en el comportamiento de la gente.
Normalmente, el público no sabe si el economista que escribe un artÃculo de opinión, que aparece en la TV o que testifica ante un comité parlamentario está vinculado de alguna manera u otra a determinada industria; y esto a pesar de que el economista en cuestión haya revelado públicamente sus diversas filiaciones. Por otra parte, es justo decir que no está claro si los compromisos adquiridos por los economistas influyen siempre en la opinión profesional de los mismos. Aún asÃ, a los investigadores académicos ya se les está pidiendo que revelen cualquier tipo de filiación. Por su parte, el Buró Nacional de Investigaciones Económicas (NBER), la principal editorial de artÃculos en materia laboral, requiere que, al remitir sus artÃculos para su publicación, los autores revelen cualquier relación financiera que pueda suponer un conflicto de interés. Asimismo, buena parte de las revistas especializadas se están tomando la molestia de investigar cuál es el origen de los fondos que se utilizan para financiar los diversos proyectos de investigación.
Pero algunos observadores consideran que los economistas deben centrarse en problemas éticos que van más allá de los simples conflictos de interés. Según un libro que se publicará próximamente, el hecho de que los economistas siempre hayan abogado por las polÃticas de libre mercado se debe a que estos ignoran en buena medida que el mundo real y la teorÃa neoclásica económica van por caminos distintos. Por otra parte, los economistas deberÃan ser más humildes y admitir las limitaciones propias de su profesión, pues, por una parte, sus opiniones repercuten enormemente en la vida del hombre común; y, por la otra, la arrogancia de algunos economistas ha conllevado algunos de los peores casos de mala praxis profesional que se conozcan.
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Este es el resumen del artículo "Una ética deprimente" publicado en Enero 08, 2001 en la revista The Economist.
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