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Autobús espacial



Revista: The Economist
Tema: Industria aeroespacial
Fecha: Mayo 05, 2012
Los vuelos espaciales desafían la pura razón. Desde sus comienzos en los años cincuenta hasta el presente, éstos se han balanceado sobre la línea que separa a la ciencia de la ciencia ficción. Los astronautas que llevaron a EUA a órbita fueron, muchos de ellos, cadetes espaciales atraídos a la profesión debido a las relucientes naves espaciales y monstruos de ojos saltones que aparecían en las publicaciones de cuando ellos eran niños –y lo mismo va probablemente para sus contrapartes soviéticos. Lo que ellos produjeron además fue solamente cuasi-real. El programa Apollo, el cual pondría a un hombre en la Luna y lo retornaría a la Tierra de manera segura, según las mismas palabras de John Kennedy, presidente de EUA en ese entonces, fue un proyecto muy serio de ingeniería y diplomacia. Su objetivo era el de demostrarle al mundo que el conocimiento estadounidense era mejor que la variedad rusa. Pero también fue una fantasía idealizada del poder estadounidense (“Venimos en Paz, en nombre de toda la Humanidadâ€). La bandera que Neil Armstrong plantó en el Mar de la Tranquilidad reivindicó el derecho de lo que muchos esperaban sería una nueva frontera.

En el caso de Apollo, la realidad –en forma de recortes presupuestarios del gobierno– triunfó sobre los planes de una base permanente en la Luna. Pero 40 años después, la tensión entre la fantasía y la realidad en el espacio permanece como lo demuestran dos nuevos proyectos.

El primero, anunciado en abril, parece más cercano al extremo fantasioso del espectro. Un grupo de aventureros multimillonarios, entre ellos James Cameron, el director de cine inclinado hacia la ciencia ficción, anunciaba que ellos planeaban ir audazmente al espacio para extraer metales preciosos provenientes de asteroides. Esta versión moderna de una buena y anticuada fiebre del oro podría ser una historia clásica de ciencia ficción, haciendo hincapié en la parte de ficción: esto probablemente cueste una fortuna (algunos piensan que US$ 2,5 mil millones sólo para arrastrar un asteroide de 500 toneladas a la Luna), e incluso si los planes de los inversionistas realmente se materializaran, el platino, iridio y otros metales preciosos llegarían en tales cantidades que rápidamente se convertirían en mucho menos preciosos de lo que son.

No obstante, el lado de la realidad de este sueño podría ser demostrado. Un cohete Falcon 9, llevando consigo una capsula espacial Dragon, despegó desde Cabo Cañaveral a finales del mes de mayo cargando algunas cosas para ser entregadas en la Estación Espacial Internacional. A primera vista, este proyecto combina además algunos elementos fantásticos. Existe un entusiasta adinerado que desea retirarse en Marte: SpaceX, la empresa que construye y opera los Falcon y Dragon, es la creación de Elon Musk, quien ayudara a iniciar PayPal. Y está la Estación Espacial Internacional, un vuelo lujoso y derrochador creado por los gobiernos. Tiene un coste de US$ 100 mil millones y produjo poco o nada como manera de ciencia útil. Pero mire más de cerca, y debajo de toda la retórica que hay allí existe un asunto realísticamente comercial.

La estación espacial puede ser una ridícula mansión en los cielos, pero ponerla a actuar como un camión de comida es un negocio válido. SpaceX posee un contrato, valorado en US$ 1,6 mil millones, para realizar un servicio de entrega a la estación espacial –y muchas otras negociaciones más para lanzamientos espaciales. Ésta tiene una corriente apropiada de ingresos. Además, SpaceX ha desarrollado y construido a Falcon y Dragon desde cero. Si el lanzamiento de Dragon funciona, es probable que los historiadores lo vean como el comienzo de la era de los vuelos espaciales privados.




Este es el resumen del artículo "Autobús espacial" publicado en Mayo 05, 2012 en la revista The Economist.

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